Así me he quedado con estas dos noticias que nada tienen que ver entre si.
Aunque parezca mentira y en plena vorágine del conflicto militar en Ucrania -que puede acabar siendo una nueva guerra en Europa-, el presidente ruso, Vladímir Putin, es uno de los nominados al Premio Nobel de la Paz.
Este premio, este año, contará con la cifra récord de 278 candidatos, según ha informado el Comité Nobel noruego, institución encargada de fallar el galardón.
Además de Putin, se sabe que entre los nominados al premio de esta edición figuran el ex-analista de la CIA Edward Snowden, el Papa Francisco, la activista paquistaní Malala Yousafzai, el ginecólogo congoleño Denis Mukwege y la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Catherine Ashton.
Pues salvo a dos, y no incluyo al Papa ya que buscar la paz es su obligación, el resto merecen el Premio Nobel de la Paz tanto como yo. Claro que si ya se le dió a Obama... y, en el pasado, fueron nominados asesinos como Adolf Hitler, nominado en 1939, año de la invasión de Polonia, por un miembro del Parlamento de Suecia, y Benito Mussolini en 1935 cuando ya se había convertido en dictador italiano o Stalin fue nominado en dos ocasiones, en 1945 y 1948, por "sus esfuerzos para poner fin a la Segunda Guerra Mundial", tampoco hay que extrañarse mucho de la nominación de Putin.
La otra noticia que me ha dejado anonadada es el oportunismo y chaqueterismo que lucen los políticos, en este caso los de Ernest Maragall quién no ha tenido suficiente con 34 años de vivir a costa de las arcas del estado, que ahora se pasa, a los 71 años, a ERC, proclama la bonanza del catastrófico Tripartit y pretende vivir cuatro años más de las cuentas públicas, pero esta vez en Europa.
¿Esa es la regeneración y la necesidad de sangre nueva en los partidos?... Vamos dados...
Pues entre la nominación de Putin y los imaginables chocheos de Maragall -el hermanísimo siempre segundón- en Bruselas, sinceramente no sé con cual me quedo más obnubilada.
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